La política de armar la delincuencia o la delincuencia como arma política

Fui a una marcha de los estudiantes en Caracas. Pero como tenía un compromiso en la mañana que no pude cancelar, sólo pude ir muy tarde.  La verdad es que, entre el tráfico intenso y el hecho de que estábamos saliendo hacia la marcha con casi tres horas de diferencia, intenté convencer a mi esposa, y a nuestro hijo mayor, que lo mejor era no ir.  Ante su reticencia de quedarse, decidí no imponerme para no seguir contrariando a mi esposa, quien me había estado esperando pacientemente para ir, y a mi hijo, quien a los 17 años quiere vivir en carne propia la lucha de los estudiantes, que al final de todo, es su generación.

Llegamos en auto lo mas cerca que pudimos de la marcha de los estudiantes, y lo aparcamos en un pequeño espacio vacío de una acera convertida en "parking", a pocos metros de una barricada policial que controlaba el paso hacia el lugar destinado para el comienzo de la manifestación.   No hay que saber mucho de seguridad para entender que esa barricada era el signo de que a partir de ese momento uno entraba en una zona de seguridad de la marcha.

Caminamos unos cinco minutos desde aquel punto en el que aparcamos al sitio principal de la marcha.  Al llegar al sitio, evidenciamos que la multitudinaria marcha ya se había ido de aquel lugar. Sólo quedaban los rastros de su presencia manifestada en papeles sobre al asfalto, vendedores de agua que cerraban su operación y pequeños grupos de personas que como nosotros llegaban tarde e iban rezagados.

Íbamos lo mas rápido que pudimos para intentar alcanzar el rio de gente que nos decían que marchaba mas adelante.  Al paso, veíamos amigos que se devolvían, con quienes aprovechábamos para preguntar cuan cerca de la gente de la marcha estábamos.  La información que íbamos recabando, y lo que veíamos, nos indicaba que era muy difícil que alcanzáramos aquella gente que continuaba en la demostración.

Ante esa apreciación, intenté una vez más decirle a los míos que lo mejor era darse la vuelta.  Pero el disgusto de no haber podido vivir la marcha a tiempo por mi culpa, y la desesperación de querer alcanzar la marcha, pudo más que mi llamado, así que decidimos seguir caminando hacia la marcha.

Justo en ese momento pasábamos por una Universidad creada por el oficialismo, y si bien todo parecía tranquilo, de repente sentí el roce de algo que golpeaba mi pierna.  Dirigí mi vista hacia el objeto que me golpeo, y constaté que era una metra, o “canica,” como le llaman los españoles.  Era obvio que alguien la había lanzado al grupo y rozo mi pierna de retruque.  No pude concluir si fue lanzada desde un vehículo o desde una ventana de aquel centro de formación oficialista.  

Pero aquel golpe de la metra me hizo entrar en un estado mayor de alerta.  Y acto seguido, mientras cruzaba la calle y le comentaba lo de la metra a los mi esposa, un motorizado se metió de forma irregular entre los que cruzábamos y buscábamos la acera.  Lo hacia además con cierta violencia, y unas damas que estaban siendo amenazadas por esa conducta reaccionaron alzando la voz, a lo que el motorizado hizo caso omiso mientras paraba la moto en un lugar asignado para motos justo debajo de la acera que había pisado mientras todos caminábamos por ahí.

Al detallar el motorizado, observé que éste dirigía su vista hacia otro que estaba unos metros mas adelante de nuestro camino, quien además estaba sentado en su moto encendida y en dirección contraria al sentido de la calle por la que circulábamos.  Al voltear mi vista hacia el otro motorizado,  observé que justo en ese momento este otro motorizado se ponía un objeto dentro de su cinto del pantalón.  No había podido interpretar que era lo que ocultaba en su cinto, cuando este otro motorizado, comenzó a silbar para llamar la atención del mismo motorizado que habíamos dejado atrás en ese instante.

Al voltear, me doy cuenta que el motorizado le señalaba al otro la llegada de un numeroso batallón de militares en moto, uniformados con unas oscuras y modernas armaduras. y armados hasta los dientes.

En ese momento, sugerí detener nuestro avance, y nos pusimos a observar aquel improvisado desfile de la inmensa fuerza militar que se desplazaba por la calle en ese momento.  Al final de aquel macabro desfile, vimos que otro amigo venía de vuelta y le preguntamos si él recomendaba seguir intentando llegar a la marcha.  Su recomendación fue que no continuáramos con nuestra avanzada, porque la marcha había sido dirigida y sitiada dentro del cercano campus de la Universidad Central de Venezuela, un sector urbano de la capital, cerrado, y en donde supuestamente, los cuerpos de seguridad del Estado no pueden entrar debido a la autonomía legal de las autoridades Universitarias.

Nuestra decisión fue seguir caminando unos metros hasta acercarnos lo mas posible a la entrada a la Universidad Central.  Apenas doblamos la esquina podíamos ver la conocida Plaza de Las Tres Gracias, una plaza pública que debe su nombre a las diosas griegas de la comedia, inteligencia y alegría, y que sirve de entorno urbano a la entrada de la Universidad.

Los recién llegados militares circulaban por la plaza cual ejercito de caballería, e iban deteniéndose a un costado de la plaza encarando, de perfil, la entrada de la Universidad.  A su alrededor, todo lo demás parecía en caos. El trafico detenido, con cornetas a todo volumen, se entrelazaban con un continuo ir y venir de gente de la marcha, que agregaban al ruido consignas gritadas, o hasta cantando.

De repente, en la esquina de la acera que veníamos caminando, observamos un auto y una moto aparcados, con los supuestos conductores discutiendo.  Era la una de la tarde, y de entrada me parecía muy raro que el conductor del auto llevara una pesada chaqueta de cuero cerrada en medio de aquel calor.

Cuando detallo el auto, me doy cuenta que se parecía mucho al modelo de vehículo señalado en varios incidentes irregulares con la policía de Inteligencia de Venezuela.  Cuando le manifiesto mi observación a mi esposa, ella me hace ver que había otro auto idéntico aparcado al lado de aquel “accidente”.

Cruzamos la calle haciéndonos la observación de que lo mas seguro es que aquel “accidente” entre la moto y el auto era simulado. Apenas alcanzamos la acera de enfrente, constatamos cómo comenzaban a llegar a la Plaza aún más refuerzos de militares en moto.  Aquel espectáculo militar tiñó de un verde bélico a todo aquel espacio urbano, y decidimos dar la vuelta.

Al devolvernos, noté que el auto y la moto ya se habían movilizado, y el auto “accidentado” se estaba moviendo unos metros más adelante.  Allí paró contra la acera, sin importarle que obstruía el trafico, y su conductor volvió a salir, todavía con su chaqueta puesta, comenzó a conversar con algunos de los “marchistas” que iban delante de nosotros, como queriendo justificar que era cierto su choque. 

Al pasar no pude evitar recordar un video que distribuyeron hace unos días donde unos policías de inteligencia “secuestraban” a un transeúnte por las calles de otra urbanización de Caracas.

Enseguida entramos en un corto, pero muy desagradable tramo que conecta la Plaza con otro sector de la zona, una especie de intersección de puentes. Por arriba una autopista, y por debajo, por donde caminamos, un puente sobre el rio Guaire, cuya agua marrón y mal oliente pasaba por debajo, impregnando de mal olor todo el ambiente mientras bordea un improvisado barrio de miseria que se construyó a lo largo de ese obscuro techo que hace la autopista a lo largo de las orillas de cemento del rio.

Apenas cruzamos el puente, al lado de un semáforo, mi esposa, sentida quizás por el angustioso espectáculo reinante, me exclamó que tenía que tener cuidado con la cadena que llevo en mi cuello.  Ante la posibilidad de que al quitármela no hiciera más que llamar la atención a la misma cadena que quería ocultar, le dije que avanzáramos caminando para salir de aquel lugar lo antes posible.

Así comenzamos nuestra caminata de vuelta, compartiendo camino entre marchistas, y una serie de deprimentes personajes y animales que hacían vida en aquel ambiente de miseria, incluyendo un empobrecido ser que se subió desde el Guaire, y que nos acompaño unos minutos caminando más adelante de nosotros, hasta desaparecer en el oscuro bosque de columnas de cemento que sostiene a la autopista, y que se alzan a lo largo del  rio Guaire por esa zona.

Pasamos por el frente de la Universidad Oficialista , en cuya esquina me pareció detectar un par de policías de civil con radios expuestas, y seguimos caminando a lo largo de esa vía principal de la ciudad hacia nuestro punto de partida.

Pasamos por el lado del edificio de un amigo de infancia, y paso a paso, el camino parecía recuperar su rostro de civismo y orden. Nos acercábamos al punto de partida de la marcha, que recordaba estaba bajo el control de la Policía del Municipio que cruzamos al comienzo de aquella experiencia.  Sentía que todo estaba regularizándose, y aquella aparente tranquilidad me hizo sentir que pronto estaríamos en casa.

Esa aparente tranquilidad se extendía hasta la calle, que en ese momento estaba a mi izquierda, y por donde había un escaso trafico de vehículos.

De pronto, en esa aparente tranquilidad urbana, siento un ruido detrás de mi, del lado de la calle.  Mi primera reacción fue buscar a mi esposa y mi hijo por el lado derecho, que venían a mi lado, pero unos pasos por detrás de mi.

Cuando me volteé para ver al frente, me percaté que tenia una moto con dos personas impidiéndome caminar, y apenas tuve tiempo de detener mi paso.  A partir de ese instante, mi mente entró en una especie de confusión donde la rapidez de los eventos superaba mi capacidad de análisis, de reacción, y hasta perdí noción del tiempo real.

En mi mente no había un registro claro del ruido que anunció el comienzo de aquella súbita experiencia, y mi primera reacción fue asumir que aquellos dos motorizados se habían equivocado, y que lo mejor era intentar seguir caminando por alrededor de la moto.

Todo ocurría a una velocidad espantosa, y sin llegar siquiera a dar un paso como intento de seguir caminando, caí en cuenta que los motorizados no sólo me impedían caminar, sino que además me gritaban palabras que seguía sin poder procesar. Lo que si ya me parecía claro en ese momento era que me estaban amenazando.

En ese momento mi esposa, quien reaccionaba a la situación detrás de mi, hizo un intento de ponerse delante. Con el brazo la empuje para atrás, sin quitarle la vista a los que para ese momento ya comenzaba a reconocer como atacantes armados.

“Te voy a meter un tiro en la cabeza” comencé a distinguir que me repetía el motorizado parrillero entre otros insultos vejatorios.  Con nervios de punta fije mi vista en sus movimientos y enseguida constate que me ensañaba un arma que desfundaba desde su Koala, y me la enseñó repitiendo la frase “Te voy a meter un tiro en la cabeza”.

Casi al unísono, por detrás, escucho que mi esposa, sobresaltada, repetía la frase “Quieren la cadena. Dale la cadena.” Reaccioné continuando la extensión de mis brazos como intentando pedir tranquilidad, y pregunté nervioso “Quieres la cadena!”?.

Sin esperar respuesta del motorizado, procedí a arrancar la cadena de mi cuello con mis manos, manteniendo la vista fija en su cara ya que el continuaba apuntándome,  y observando sigilosamente todos mis movimientos.

“Aquí tienes la cadena” le dije, mientras el recibía mi cadena con la mano que tenia libre, mientras con la otra continuaba agarrando el arma.  En ese momento veo como sus ojos buscan a mi esposa y mi hijo detrás de mi, por lo que proseguí intentando hablar con él para recuperar su atención.  En ese instante llegué a balbucear una frase como la de “por favor vamos a dejarlo hasta aquí”.

El motorizado volvió la vista hacia mi, comenzó a moverse hacia la moto, y me volvió a gritar amenazante, “te voy a meter un tiro en la cabeza”. Mientras se arreglaba en la moto, aproveché y dirigí mi vista hacia el otro motorizado, quien ante mi intento de fijar su atención, aprovechó para también decir la frase “te voy a meter un tiro en la cabeza yo mismo”.

En ese momento, y aprovechando que ambos estaban sentados en su moto, aproveché para ponerme en movimiento, intentando resumir mi caminar, mientras les reiteraba a ellos que se fueran, y le decía a mi esposa y mi hijo que se dirigieran hacia los locales que estaban abiertos en esa acera.

Con un aterrador sentimiento de que los motorizados podrían disparar como parte de su despedida, di mis primeros pasos con ellos a mi lado en la moto. Observé cómo el parrillero todavía tenia su mano sobre el arma. Pero en ese instante, mientras seguían repitiendo la frase “Te voy a meter un tiro en la cabeza”, veía también como comenzaba a sacar su mano del arma en su Koala, y partieron cruzando la avenida, para devolverse por otra calle, en la dirección de la que vinieron, la misma dirección en la que se estaban los militares y todos los organismos de seguridad del estado.

En ese instante deje de caminar, y me volteé a ver donde estaban mi esposa y mi hijo.  Sin querer hablar de lo sucedido, les dije, vámonos, ya todo pasó.  Caminamos unos cinco minutos más hasta llegar al auto que nos esperaba donde lo habíamos dejado, temiendo un posible reencuentro con esos sujetos del mal, y constatando como el miedo se había apoderado de todo el paisaje que nos rodeaba.

Una vez en el auto, mi esposa y mi hijo me pusieron al tanto de varias cosas que entre los nervios y la rapidez de los sucesos, seguía sin entender.  Entre otras me explicaron que el ruido que no había alcanzado a percibir claramente al principio del macabro incidente, era la voz alzada de los motorizados irrumpiendo nuestro paso mientras vociferaban por primera vez la frase “Te voy a meter un tiro en la cabeza” con el sonido de la moto de fondo.

Mi cabeza seguía intentando comprender todo lo que sucedió hasta llegar a casa.  La frase “Te voy a meter un tiro en la cabeza” retumbaba repetidamente en mi cabeza y a pesar de mis esfuerzos no podía establecer claramente cuando y como fue que los motorizados señalaron su interés por mi cadena a cambio de mi cabeza.

Mientras más me tranquilizaba, más pensaba que en aquel acto había algo mas allá de robar una cadena.  Por mas que llevara una camiseta de cuello en V, me resultaba difícil concebir que unos motorizados en movimiento podían haber visto rastros de una cadena que llevaba en el cuello, que lo hicieran desde la calle, y además por detrás de uno.

Pero además, no habían llegado pidiendo la cadena, cuyo costo por cierto, no se comparaba si quiera con el valor de cada uno de los teléfonos móviles que cargábamos los tres, y que nunca fueron reclamados por los motorizados en su asalto. Ni hablar del hecho que venían de la dirección en la que estaban las fuerzas de seguridad del estado, y que se devolvieron en esa misma dirección.

Al llegar a casa me puse a investigar noticias relativas a la marcha, y la zona. Mi intriga quedó aclarada casi de inmediato. En las redes sociales aparecía todo tipo de información describiendo la acción de “colectivos armados” robando y maltratando a personas que salían de la marcha.

Las noticias incluían el cierre de comercios en la zona ante los vejámenes que cometían estos grupos de salvajes motorizados en la zona.

Con esa información, la frase “Te voy a meter un tiro en la cabeza” dejó de dar vueltas en mi cabeza.

Era obvio que lo que acababa de vivir era la experiencia, en carne propia, de un ataque, quizás programado, de los “colectivos armados”, una nueva fuerza pública organizada para intimidar y hasta matar a la disidencia en Venezuela.  Mi sospecha era validada por los numerosas amenazas que había recibido hasta ese entonces a través de mis redes sociales, incluyendo una muy explicita, en la cual ya me advertían que "debía andar siempre atento a todos los lados".

La cadena fue simplemente una propina que les sirvió de excusa para justificar su vejatoria violencia.

Su verdadera misión era amedrentar a quienes venían de la protesta, o lo que quedaba de ella, una misión de guerra que estos escuadrones de delincuentes a sueldo al servicio de la política partidista solo saben ejercer de esa forma, que penosamente la ejercen de manera cotidiana en contra de nuestros conciudadanos en los barrios de Caracas, y que además lo hacen convencidos que esa tarea los distingue como ejemplos del hombre nuevo que forma la nueva patria revolucionaria. Una nueva patria que contradictoriamente dice ser socialista y del sigo 21.

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